martes, 5 de abril de 2016

Un relato para reflexionar sobre la percepción y la intención. Lo escribí hace ya algunos años.




 EL COLOR DEL CRISTAL 
Por fin, me decidí a realizar ese viaje que llevaba aplazando más de un año. Yo sola, al volante de mi coche, buscaba esos lugares que, según mis amigos, mi imaginación convierte en algo mágico. Me he preguntando, muchas veces, por que a ellos no les pasan cosas parecidas cuando viajan. Llevaba más de dos horas circulando, el paisaje me resultaba relajante, la carretera atravesaba una montaña totalmente poblada de árboles, parecía como si los árboles se deslizarán desde la parte alta de la montaña y frenaran en seco al llegar a la orilla del asfalto. Al cabo de un rato, vi una gasolinera a la derecha del camino; estacioné mi coche delante del surtidor y toqué el claxon. Giré mi cabeza hacia la derecha buscando al encargado cuando, de pronto, surgió una voz, seca y antipática, a través de la ventanilla izquierda de mi coche; “¡Eh!, ¿qué es lo que quiere?”. La pregunta no dejaba de tener su aquel, que va a desear alguien que está con su coche parado delante de un surtidor de gasolina. Volví la vista, un poco asustada por lo inesperado y brusco de esa voz y al encontrar la mirada de aquel hombre, por unos instantes, no tuve palabras, sus cristalinos eran de un color rojo intenso, parecía que se hubiese inyectado la pintura más viva y roja que uno pueda imaginar. Cuando salí de mi asombro -le dije- me llena el depósito, por favor. Mascullando algo entre dientes cogió mis llaves e hizo lo que le pedí. Con cierto reparo, ante tanta brusquedad, le pregunté por un lugar donde tomar un refrigerio. Se giró y, sin hablar, me señalo una pequeña casa de color blanco. Arranque mi coche en aquella dirección, no sin antes volver a fijarme en esa mirada de ojos rojos. Decidí olvidarme de aquel hombre y del color de sus ojos. Entré, el establecimiento era un lugar muy acogedor, bien iluminado y lleno de plantas. Sentada en una mesa cerca de la ventana, me disponía a elegir algo de la carta, cuando llamó mi atención, el parloteo de un niño que jugaba con el mantel de la mesa de al lado. Vestido de una forma muy graciosa, con un peto bombacho de color azul grisáceo y un gorrito a juego del que se escapaban algunos rizos rubios, me recordaba los recortables de bebé que tuve en mi infancia. Entonces, me crucé con su mirada, sus cristalinos también eran de un extraño color, Seguí mirando, a la poca gente que había en el local y todos tenían sus ojos de extraños y llamativos colores (malvas, rojos, grises, blancos..) Empecé a parpadear, pensando que, a lo mejor, no hubiera descubierto un problema en mí, quizás estaba alucinando, pero el resto de las cosas las percibía normal, mi visión era real, cierta, todas aquellas miradas estaban teñidas de distintos colores, me di cuenta de mi entrada en un mundo extraño. Se acercó la camarera, portadora de unos cristalinos de un precioso color violeta y viendo mi cara de asombro -preguntó- no había visto esto antes ¿verdad?. Sin abandonar mi expresión de perplejidad -contesté- no, nunca y no entiendo … Con permiso - dijo la chica- se sentó a mi lado y me reveló una historia que desplazó mi pensamiento e hizo que nada volviera a ser como antes. En este pueblo nadie tiene miedo al que dirán, ninguno de nosotros actúa presionado por la opinión de los demás y todo sabemos como el otro interpreta la realidad y cual va a ser el resultado de esa interpretación. No comprendo - le repliqué yo- la chica acercó su dedo índice a los labios pidiendo silencio para poder entender y continuo su relato. Desde siempre, en este pueblo los vecinos codiciábamos ser los más amables y complacientes, dedicando mucho tiempo y empeño en conseguirlo, pero sin darnos cuenta que nuestro deseo al mezclarse con el del otro alteraba el resultado de nuestro objetivo. Todos se planteaban la misma pregunta: ¿si hago todo lo que alguien desea, por qué no le agrado? Al no encontrar solución el pueblo se iba llenando de frustración, de decepción, de culpa y, con el tiempo, apareció el resentimiento en muchos de nosotros. Se nos olvidaba, constantemente, un principio muy importante, para comprender a mi vecino tengo que conocerme antes. Conocer es perdonar- dijo la camarera- con una voz que convencía por su calidez. Un día, aconteció algo inesperado, llegó al pueblo un hombre de ojos transparentes, entre nuestro empeño de agradar y que además en aquél entonces por aquí pasaban pocos forasteros, fue recibido por nuestro alcalde. Cuando llevaban un rato de conversación, el alcalde no pudo reprimir su curiosidad y le pregunto el porqué de esos ojos transparentes. El hombre le miró fijamente y –respondió- todo el que me mira sabe como interpreto la realidad, la transparencia de mis ojos indica que el interior coincide con el exterior, nada me separa de los demás. Lo que los otros son, yo lo soy también cuando estoy con ellos. Soy su reflejo sin comparación, ni juicio. El alcalde, mientras escuchaba las explicaciones del forastero –pensaba- ¡madre mía! si en nuestro pueblo tuviésemos la oportunidad de conocer la intención del otro a través del color de sus ojos, todo sería tan distinto. Era un sueño que por increíble uno ni soñaba. Pero ¿cómo consiguió ese color de ojos?, ¿es algo genético? -preguntó el alcalde- El forastero sonrió y - contestó- no, existe un lugar en el Tibet donde tras realizar un ritual se te concede este don. Oh - dijo el alcalde decepcionado- entonces nosotros no podemos tenerlo. Bueno -dijo el forastero- hay una posibilidad, yo como iniciado puedo dar el don a otros, siempre y cuando se sometan a una prueba. El alcalde pidió al forastero que se quedará en el pueblo, quería contar a sus ciudadanos lo acontecido y proponer la realización de la prueba. Antes de salir corriendo a organizarlo todo – preguntó- ¡Ah!, por cierto, ¿en qué consiste la prueba? -A lo que el forastero respondió- sólo se trata de contestar una pregunta. Reunido todo el pueblo, en la plaza del ayuntamiento, dio comienzo la prueba para poder conseguir el color del cristalino que la interpretación de la vida, de cada uno, merece. Unos tras otro fueron pasando delante del forastero y respondiendo a su pregunta. ¿Hay algo que no soporta? -Preguntó al primero- Las injusticias -respondió-. Tu color será el rojo -dijo el forastero- interpretar la vida a través de lo justo y lo injusto nos convierte en agresivos y poco generosos. La vida no es justa, pidamos ser tratados con generosidad y no con justicia. ¿Qué es lo que no soporta?- preguntó al segundo- La incertidumbre -respondió-. Tu color será el verde oscuro, si no aceptas que la vida no son certezas, son probabilidades, entonces interpretas el entorno de una manera negativa. La búsqueda de la seguridad conduce al miedo y a la desconfianza. ¿Qué es lo que no soportas? - siguió preguntó al siguiente- No encuentro nada que no pueda soportar. Tu color será el púrpura, cuando interpretas a los demás lo haces desde la serenidad, desde la calma. Tener cosas insoportables dentro de nosotros nos hace vulnerables cuando nos tenemos que enfrentar a ellas. ¿Qué es lo que no soportas? –continuó preguntando el forastero- La mentira. Tu color será el amarillo fuerte, tu actividad mental a la hora de interpretar a los demás es excesiva y tu desconfianza en los otros grande. Todos mentimos y, muchas veces, mentir puede ser un acto de amor. ¿Qué es lo que no soportas? Creo que no es bueno soportar cosas dentro de nosotros. Prefiero aceptar que soportar. Tu color será el plata, tu planteamiento hace que interpretes la vida desde la paz. Cuando habían pasado la prueba casi todos los vecinos del pueblo, uno de los últimos se acercó al forastero y le dijo: yo haré la prueba siempre y cuando el color de mis ojos sea reversible, todos podemos cambiar y rectificar, podemos aprender a interpretar a los demás de otra forma más beneficiosa para nosotros. Tú color será el blanco - le dijo el forastero- que es la síntesis de todos los colores, todo él que te mire sabrá que estás dispuesto a cambiar de opinión que la flexibilidad es una de tus mejores características. Quiero añadir- continuo hablando el forastero- que todos tenéis la oportunidad de cambiar el color de vuestra mirada, a través de la observación de los demás y de vuestra propia experiencia. Así continuo, uno tras otro, con todos los habitantes de nuestro pueblo. De esta manera, aprendimos que la reacción de los demás ante lo que hacemos no depende de uno sino de cómo el otro lo interpreta. Cuando la camarera terminó de contar su historia, me quedé un rato en silencio, despertaron en mí tantas y tantas veces en las que me había sentido culpable por la actuación de los demás hacia mí. Concretamente, recordé cuando en mi adolescencia-mi madre me repetía insistentemente- hija mía, cuando crezcas te darás cuenta lo que se sufre por los hijos. Este pensamiento siempre me atormentaba, la sola idea de haber hecho daño a mis padres me dolía, pero en este maravilloso instante entendí que yo no provocaba sufrimiento en mis padres, eran ellos los que sufrían por el color de su cristal, daba igual lo que yo hubiese hecho, su malestar iba con ellos, no conmigo. Tuve la sensación de haber descubierto algo de lo que no me desprendería jamás. Antes de irme, quise agradecer a la camarera su relato y saber el significado del color violeta de sus ojos. Soy la madre - dijo la chica- el violeta es el color de la protección, de lo maternal, interpreto a los demás intentando entender, justificar. Me acerqué a usted, porque me asaltó el deseo de aliviarla, de quitarle esa sensación de miedo o asombro. Di las gracias, de nuevo, a la camarera por su amabilidad y salí del local, respire hondo como si de este modo pudiera asimilar mejor todo lo vivido y me dirigí hacia mi coche. De nuevo, me encontraba al volante de mi coche, pero con una sensación de que ya nada volvería a ser igual. Iba absorta por todo lo sucedido cuando al mirar por el espejo retrovisor me encontré con que mis ojos tenían un maravilloso color rosa, sin parar de conducir y con una increíble serenidad, en ese momento, intuí como era mi forma de interpretar a los demás, era bondadosa y, muchas veces, ingenua. Si se daban las circunstancias, una experiencia normal la podía convertir en un precioso cuento cargado de bondad, ingenuidad y ternura. Me acordé de la camarera, el alcalde, el forastero y pensé en mi facilidad para crear historias maravillosas … Estaba intentado grabar bien en mi memoria lo sucedido para, a mi regreso, contárselo a mis amigos, aquellos que siempre se sorprende de las cosas que me ocurren y, en ese momento, caí en la cuenta y me sonreí, lo cuente como lo cuente cada uno de ellos escuchará una versión distinta a la mía, con mis fijos ojos en la carretera abandoné la preocupación por los detalles de mi historia … Empecé a sentir que somos exclusivos e irrepetibles, que nuestras vidas son como los libros de cuyas páginas brotan diferentes realidades. Al momento, imaginé una librería con sus lejas repletas de historias encuadernadas de mil y una formas diferentes … Un camino de tierra y piedras me llevó hasta un mirador, estando allí parada, con mi libro forrado de terciopelo rosa palo entre las manos, empecé a leer, “Por fin me decidí a realizar ese viaje que llevaba aplazando más de un año …”